A SAGA OF CONQUEST

Los susurros de los miembros de la Corte Imperial denotaban cada vez más impaciencia a medida que los guardias se posicionaban para abrirle paso al Seppun. Ocupó su posición en el estrado bajo la atenta mirada de los asistentes; sus pasos nunca habían sido tan pesados. Se retiró el sombrero de paja, descubriendo una larga melena de color grisáceo que dejaba entrever sus ojos relucientes, portadores de una mirada penetrante. La barba, bastante espesa, era más propia de un Ikoma que de un Matsu. El joven cortesano Otomo, que se encontraba al frente del estrado, hizo una gran reverencia y seguidamente se encaró a los presentes. A pesar de que intentaba mantener la compostura, estaba claro que ansiaba cumplir su cometido. – “Honorables invitados,” – dijo con emoción, – “me complace presentaros al venerable Campeón Turquesa, gran poeta y narrador, Matsu Kasei.”

El público se inclinó ante el Campeón, que agachó la cabeza en señal de respeto. – “Hoy es un día señalado en la historia de nuestro Imperio”, dijo con voz suave pero contundente. - “Hace veinticinco años empezó aquello que los historiadores Ikoma y Miya denominaron la Era de la Conquista, y fue en este mismo día, hace tantos años, que las fuerzas del Clan de la Araña abandonaron el Imperio. Sin embargo, eso no fue sólo el final de una historia, sino también el principio de otra. Para poder comprender el por qué de la Celebración de la Partida debemos antes conocer las circunstancias que la propiciaron. Para realmente poder celebrarlo debemos antes que nada llorar los muchos hermanos, hermanas, padres y madres que cayeron en combate durante la Guerra de Destrucción.”

Los cortesanos de más edad, que recordaban aquellos tiempos oscuros, rezaron pidiendo protección mientras sus homólogos más jóvenes se limitaron a inclinar la cabeza como muestra de respeto y luto. – “Fueron días de terror aquellos en los que una temible divinidad de las tierras lejanas dirigió su ejército de almas condenadas contra los honorables pueblos de Rokugan. Las fuerzas leales a la Emperatriz plantaron cara al enemigo peleando codo con codo: primero fue el Cangrejo, luego el León y el Unicornio, y finalmente todos los clanes se unieron para luchar como uno solo. A pesar de la ferocidad de la batalla, la victoria llegó, pues teniendo a su favor la bendición que los Cielos otorgaron a la sagrada alma de la Emperatriz, no había otro desenlace posible.

Cuando la señora de Jigoku fue finalmente destronada y reemplazada, incluso el Reino del Mal reconoció que el dominio del reinado de la Divina Emperatriz era inexorable. En ese momento, demostrando ser poseedora de una sabiduría nunca vista antes en el reino de los vivos, la Emperatriz llegó a un acuerdo para garantizar la seguridad y la prosperidad de su pueblo a lo largo de los siglos venideros. Por primera vez desde su ascenso al trono, la Emperatriz habló y todos los seres vivos pudieron oír su voz. Recibió amablemente al Clan de la Araña entre los Grandes Clanes y lo reconoció  como descendiente de uno de los Kami. A continuación pronunció las siete palabras que cambiarían profundamente todo cuanto conocemos de Rokugan.”

A pesar de que la mayoría de los presentes ya había oído la historia en numerosas ocasiones e incluso algunos habían sido testigos del gran momento, la narración del Campeón les cautivó por completo. “La Emperatriz fijó la mirada en los hijos de Fu Leng, seguidores de Daigotsu, quién luchó por proteger el imperio que una vez había intentado destruir. Tal y como estaban, magullados, desesperados y reducidos a unos pocos, se podría haber ordenado su aniquilación, pero eso no habría sino dado lugar a un mal aún peor. La Emperatriz les mandó abandonar el Imperio: ‘Marchad ahora’, ordenó, ‘y conquistad en mi nombre’”.

Muchos de los que escuchaban sonrieron y asintieron, algunos manifestaron su contento entre risas, algo de lo que el Kasei pareció no percatarse. “En aquellos días hubo quién osó cuestionar la sabiduría de la Divina Emperatriz”, dijo, la voz pesada y solemne. “Su decisión se puso en entredicho y se insistió en que el Clan de la Araña debió haberse erradicado, pero la Emperatriz, compasiva, perdonó tan graves ofensas. Ella ya sabía entonces lo que nosotros hemos ido comprendiendo a lo largo de los años que han pasado desde ese día; que aceptar el Clan de la Araña y permitir que tomara parte en el delicado equilibrio del universo frenaría la aparición de un mal más temible en su lugar, pues la existencia del mal es inevitable e innegable. En vez de permitir que éste se manifestase, la Emperatriz lo condujo hacia un fin más noble y lo confinó en los remotos Reinos de Marfil, cuna de una orgullosa nación de guerreros aniquilada por la terrible Kali-ma, diosa de la destrucción.”

Desde entonces la Emperatriz ha mostrado su sensatez en múltiples ocasiones. Los esfuerzos del Clan de la Araña nos han permitido establecer la gran ciudad de Second City en las colonias, antaño los Reinos de Marfil. Hemos trabajado esas tierras de nadie y las hemos cultivado con esfuerzo para obtener los recursos que nos han permitido revitalizar el Imperio y recuperarnos de generaciones de guerras y conflictos. Benditas sean la sabiduría, la generosidad y la visión de futuro de la Emperatriz, pues la maestría de su plan ha traído bienestar, gloria y honor a los clanes que han mantenido su juramento de lealtad. Que Rokugan, favorecido por los dioses, prospere; ¡larga vida a la Dinastía Iweko!

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Miya Shoin esbozó una sonrisa melancólica mientras observaba las calles que rodeaban los terrenos del Palacio Imperial. “Echaré de menos esta ciudad tan hermosa,” dijo algo afligido. “La echaré mucho de menos.”

“Un hombre de su posición podría solicitar un puesto dentro de la ciudad, la Hermandad se lo adjudicaría, mi señor,” dijo la mujer de mediana edad que le acompañaba.

“No, no, temo que mi presencia en la ciudad pueda trabar el ascenso de mi hijo hacia ocupar mi posición,” dijo Shoin. “Eso no funcionaría. Lo menos que puedo ofrecerle es una transición tranquila y pacífica.”

Miya Nishio sonrió; estaba tan radiante como en su juventud. “Es un buen hombre. Le ha entrenado bien y será un honor servirle. No obstante, le voy a echar de menos.”

“Eres demasiado amable,” dijo Shoin. “Sé que está preparado, pero lo veo tan joven.”

Nishio sonrió de nuevo. “Es un año mayor que usted cuando asumió el puesto de Miya Daimyo y Heraldo Imperial, mi señor.”

Shoin frunció el ceño. “Sabes, mi último acto como daimyo podría ser excomulgarte; ¡estoy seguro de que encontrarías una nueva vida en las colonias!”

Nishio pareció estar considerando la propuesta. “Ha llovido mucho desde mi última aventura,” reconoció.

“Estamos a punto de vivir otras muchas,” dijo Shoin, ya de vuelta a su humor normal. “La Emperatriz nunca se ha equivocado, pero no las tengo todas y no confío en el nuevo gobernador de las colonias; sospecho de su competencia y sus intenciones.”

“Sin mencionar el tema de los Naga,” añadió Nishio.

“Exactamente,” afirmó Shoin. “Se acercan tiempos interesantes. ¿Me harás un favor, viejo amigo? ¿Cuidarás de mi hijo pase lo que pase?”

“No tiene ni que pedírmelo, mi señor,” contestó Nishio. “Permaneceré a su lado todo el tiempo que él desee.”

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El magistrado Seppun estaba revisando detenidamente unos manuscritos cuando alguien abrió la puerta shōji (puerta tradicional de papel japonés) de la sala. Tras maldecidse por haber perdido la noción del tiempo estando allí dentro, el magistrado se puso de pie rápidamente e hizo una gran reverencia. Mantuvo la inclinación hasta que escuchó la voz áspera de una mujer. “Empie, por favor.”

El magistrado cumplió la orden al instante y se sorprendió al descubrir la identidad de la recién llegada. “Yo… discúlpeme, Hakuseki-sama, esperaba que fuera el Campeón Esmeralda.”

“Actualmente el Campeón se encuentra indispuesto,” dijo Doji Hakuseki. “Como Primer Magistrado, soy el representante del Campeón en asuntos de esta índole. Esta mañana seré yo quién atienda sus informes.”

“Por supuesto,” contestó el magistrado sin pensárselo dos veces. “¿Qué desea oír en primer lugar, mi señora?”

Hakuseki sonrió al ver lo rápido que el hombre había amoldado su comportamiento. “A su parecer, ¿cuál es la importancia de los asuntos que nos ocupan?”

El magistrado repasó los manuscritos. “Ciertamente, el más relevante gira entorno a los últimos informes de los magistrados sobre la actividad de los Naga,” dijo. “No obstante, intuyo que ya conoce la mayoría de los detalles.

“En gran parte, sí,” respondió Hakuseki. “Ya hay varios departamentos investigando el caso.”

El hombre agachó la cabeza. “En ese caso, diría que el más importante es el informe del Clan Unicornio. Tiene que ver con el presunto avistamiento de forasteros durante una tormenta que pasó cuando una caravana escoltaba el Gobernador Imperial a Second City.”

“¿Qué?” dijo Hakuseki al instante.

“Como le dije, mi señora, bastante importante.”

“Cuéntamelo todo,” dijo.
Traducido: E.Valbuena

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